Cómo enojarse y no morir (o "matar") en el intento.

Por Maite Elorga

Según La Real Academia Española, el enojo es:

  1. Movimiento del ánimo que suscita ira contra alguien.
  2. Molestia, pesar, trabajo. U. m. en pl.
  3. desus. agravio (‖ ofensa)

Pareciera que el enojo tiene una carga de negatividad ya desde la definición. Sin embargo no existen las emociones negativas, sencillamente SON. La emoción es una respuesta a un estímulo puntual. En lo personal,  me gusta una definición distinta a la del diccionario. Una que habla de “una emoción que refleja un límite transgredido, un valor vulnerado”.

Pero esa es sólo una de las caras de la moneda. Enojarse también puede ser un motor para hacer, como es el caso de quien a raíz de una transgresión  hace una denuncia y el resultado es la resolución. Este sería un caso de un enojo que bien canalizado se resuelve a nuestro favor.
Y si no lo gestionamos, el enojo enquistado puede ser también una patada al hígado… literalmente!.

El enojo sofocado

Cuántas veces nos quedamos con un cúmulo atragantado por no haber dicho aquello que nos enoja. Y cuántas de esas veces ese cúmulo se convierte en una gota más en el vaso, que sigue acumulando gotas hasta rebalsar y terminar en tsunami, muchas veces en el momento menos pensado y por motivos inverosímiles.

Imaginemos  que Dalmiro quedara con Azucena para acompañarla a ver una propiedad que ella quería adquirir, para que le diera su opinión. Llegado el día, Dalmiro no apareció ni la llamó para cancelar el encuentro. Azucena, ante la falta de información dio rienda suelta a los posibles motivos de su ausencia: lo primero que pensó fue “me plantó”, luego “evidentemente no le interesa su compromiso conmigo. Ni siquiera me llamó. No me tiene en cuenta, pero soy siempre yo la que le hace favores. Y si le digo algo quizás además se ofende!. Claro, siempre me tengo que aguantar estas cosas”.

Veamos los valores que podrían verse transgredidos: compromiso, consideración, reciprocidad, ser complaciente, y podríamos seguir imaginando. Otra cosa que también podría suceder es que a Azucena le cueste expresar sus sentimientos (seguramente haya también aquí más valores que desmenuzar). Pero para saberlo realmente deberíamos tener una conversación con Azucena y preguntarle si esto que interpretamos livianamente es cierto.

Lo que efectivamente sucedió fue que Azucena calló su enojo, no lo pudo expresar de manera sana, ni llegó al tsunami. Y el peligro de esto es que, si esta actitud resulta en hábito, ese enojo podría transformarse en resentimiento (pero esto es tema de una reflexión aparte).
Quizás si Azucena hubiese expresado su enojo a Dalmiro, él hubiese podido contarle que se vio encerrado en el subte camino a la cita y  en el túnel no había señal de celular para avisarle de su imposibilidad de llegar.

Qué es lo que nos lleva a callar el enojo?.  Puede haber un sinfín de motivos, pero todos probablemente tienen que ver con preservar algún valor que consideramos inalienable. Podría tratarse de “ser discreto”, no querer “dar la nota”, de no poner en peligro la relación que tengo con ese alguien que está generando mi enojo.

El enojo volcánico

Cuántas veces, en contraposición al enojo sofocado, perdemos una relación que apreciamos por no haber sabido medir nuestras palabras y sus consecuencias. Cuántas veces tenemos esa sensación de querer “matar” a quien tenemos enfrente, destinatario de nuestra ira?.

Si analizamos la emoción desde el instinto humano, el enojo podría asociarse con una situación de respuesta a un ataque, de defender el territorio. Ocurre un fenómeno físico que responde a esa disposición de lucha y defensa, en la que el pulso y la presión se elevan, así como la adrenalina y la temperatura corporal.

Vivimos en una sociedad  donde las leyes y las normas sociales imponen límites respecto de cuán lejos podemos permitir que nos lleve nuestro enojo. El problema es cuando la ceguera que generan ciertos extremos del enojo, nos llevan a la violencia, la pérdida del control, del respeto y sobre todo a perder de vista las consecuencias de nuestras acciones, y nos damos cuenta tarde de las posibilidades que se han cerrado a raíz de esto.

Sin embargo tenemos la posibilidad de gestionar nuestro enojo. Con práctica y paciencia. Y el primer paso es saber que tenemos todos un “botón de pausa”. Que no es otra cosa que la capacidad de frenar y evaluar las posibles consecuencias de dar rienda suelta al desboque del enojo.

El enojo hacia el inoportuno

Cuántas veces nos enojamos con alguien porque tuvo la mala suerte de cruzar nuestro camino en el momento menos indicado. Como un automovilista que no dio señales de frenar y cedernos el paso cuando tenemos prioridad, o el empleado del banco que  revolea los ojos al cielo mientras nos oye despotricar por los 15 minutos que llevamos esperando que nos atiendan.

O peor aún… nos descargamos con  esa persona con la cual convivimos, que “pareciera que todavía no sabe que no me tiene que hablar cuando estoy de mal humor”.
Cuántas veces dejamos fluir un torrente sobre esa persona que sabemos que nos amará pese a todo, que seguirá a nuestro lado. Esa persona cuyo vínculo con nosotros es tan fuerte que “asumimos” que al final nos perdonará el exabrupto porque “en fin… ya sabe cómo soy”.  Y lo que sucede es que damos por sentado un amor incondicional y en el fondo “sabemos” que esa relación no está en peligro por esa descarga de enojo mal dirigido.

Pero atención! Los términos “entre comillas” nos ponen por delante una señal de alerta. Y es que corremos el riesgo despertar (paradójicamente) el enojo de ese alguien y beber un poco de nuestra propia medicina, llamada enojo. Y aunque no fuera así, el sabor amargo de habernos descargado a sabiendas contra un inocente, vuelve a recordarnos nuestras acciones, cambiando ese enojo por otra emoción, incluso más amarga: la culpa.

El enojo como espejo

Cuántas cosas se ponen en juego ante un enojo?… Muchas!!! La propia voz, nuestras relaciones, poner límites y saber decir “hasta acá”, hacerle saber al otro lo qué nos pasa ante sus acciones.

Conocer el origen de nuestro enojo nos permite:

  • Entender cuál es realmente el valor o el límite que estamos viendo transgredido
  • Quién está provocando ese enojo (no olvidemos que tantas veces el enojo es hacia nosotros mismos…)
  • Analizar qué es exactamente lo que nos molesta de esa transgresión
  • Diseñar una forma de encararla que permita la posibilidad de enmienda por parte del transgresor
  • Conservar la relación con el otro

Cada cosa en su lugar

Como decíamos al principio, no existen las emociones negativas. Las emociones son respuestas directas a estímulos que recibimos. Y todas son necesarias y saludables si sabemos gestionarlas y darles el lugar que se merecen. Así como la tristeza es necesaria para transitar un duelo y la aceptación para superarlo, el enojo nos permite visualizar un límite y hacerlo visible hacia otros. El enojo es una respuesta natural a un ataque y para sobrevivir es necesario cierto grado de enojo.  Es saludable enojarse.  Solamente hay que  aprender a hacerlo de manera inteligente y que opere en nuestro favor, y no en contra.

El enojo puede traducirse en energía para la acción. Y bien gestionado también nos permite comunicarnos con honestidad. Encontrarse con una situación que nos enoja nos motiva a hacer algo para cambiarlo o mejorarlo.

«Cualquiera puede enojarse, eso es algo muy sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo». No es novedad. Lo dijo Aristóteles.

Es cierto, no es sencillo. Pero sí es posible. Cómo hacer para canalizar los enojos?… entrenando, aprendiendo a utilizar nuestro botón de pausa interno para analizar las situaciones,  y sobre todo aprendiendo a diseñar conversaciones. Y todo esto se logra pidiendo coaching.

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